jueves, 3 de marzo de 2016

Del humanismo moderno al contemporáneo


Al postular la Ilustración que el hombre gracias a su raciocinio encuentra fácilmente el modo para realizar el bien a su semejante, está señalando el humanismo más optimista de la época moderna. Este humanismo se encarnará en la doctrina liberal, en las ideas democráticas y la fe en el progreso, ideas dominantes en el siglo XIX; y, aún en las del siglo presente. Por lo mismo, el humanismo de la Ilustración influirá sensiblemente en la formación de las concepciones sociológicas posteriores.
Sin embargo, las expresiones optimistas heredadas de la ilustración sufren su más grande crisis con las ideas filosóficas de Nietzsche. La fe en el hombre es ahora repudiado radicalmente. Religión y moral, como expresión suprema de la humanidad del hombre, no son más que pruebas de lo vil, mezquina y servil que es la naturaleza humana. Nietzsche, explícitamente señala que «el hombre debe ser superado»; en estas palabras Nietzsche resume el naufragio de toda posibilidad del hombre aquí en la tierra. No en vano se proclama como el «primer inmoralista», señalando que lo último que se le ocurriría hacer, sería «mejorar la humanidad».
Desde otra visión, el cristianismo más contemporáneo hace referencia a un humanismo pleno. Se trata de un humanismo pleno porque, paradójicamente, es también teocéntrico. Al encontrar el humanismo cristiano el último fundamento de la dignidad del hombre en Dios, se constituye en un humanismo filial, no huérfano, si se quiere, dependiente, pero con una dependencia que libera y enaltece.
En cambio, en nuestra sociedad actual, denominada a partir de la Revolución Industrial sociedad de masas, el humanismo, que en toda la historia precedente supo poner en primer plano la plenitud de lo humano, es una imagen que día a día se desdibuja más aceleradamente.
Como es sabido, la sociedad de masas se caracteriza por haber adquirido enormes proporciones numéricas, a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Esta sociedad de masas, a partir de las innovaciones tecnológicas más contemporáneas, produce un consumismo inmanente cada vez más distante de los valores humanísticos que se desarrollaron desde Grecia hasta mediados del siglo pasado.
En esta sociedad de masas, el hombre pierde paulatinamente las especificidades y características que le eran intrínsecas a su propia naturaleza. De allí que la distinción de lo humano, esto es, ser individual y social, característico de la Edad Moderna, sufre un desplazamiento en favor a una nueva categoría de hombre aparecido, esto es, el llamado «hombre masa», propio de la sociedad postindustrial. Este hombre masa, no es sólo el producto de las grandes concentraciones humanas en mega ciudades o la consecuencia exclusiva del avance desmesurado de la ciencia y tecnología. Más que eso, corresponde al efecto del desarrollo de una paulatina desacralización del mundo que se ha venido gestando desde los comienzos civilizatorios. Por tanto, el hombre masa no es producto exclusivo de contingencias, sino del propio desarrollo cultural del hombre que ha llegado hoy a sus límites más extremos.
El desarrollo cultural del hombre ha sido, históricamente hablando, un proceso de continua desacralización del mundo. El mundo mágico de antaño pierde todo su encanto para dar paso al logos griego. A su vez, la naturaleza cada vez más desacralizada permite el desarrollo incesante de la ciencia y la tecnología. El producto final de este desarrollo tecno-científico, culmina en la actual fase con una completa desacralización del mundo en cuya periferia deambula el hombre masa de la sociedad tecnológica desprovisto de proyecto, perdido su sentido.
Pero además, la masa tampoco es aquella multitud vociferante de las jornadas políticas ni la opinión pública expresada a través de los medios de comunicación; es ante todo, un régimen existencial de la vida humana que impone una domesticación social inserta dentro de un aparato que regula todos los procesos colectivos fundamentalmente, los procesos psico-sociales. Los hombres quedan aprisionados dentro de este aparato produciéndose la despersonalización del individuo.
El hombre masa no sólo ha perdido su sociabilidad, sino que también su propia subjetividad para llegar a convertirse en un dato aislado, un dato inconexo, informe, en fin, engranaje de una gran máquina anónima que lo empuja y lo mueve hacia motivaciones y destinos que escapan a la decisión de su propio yo. Un hombre más que, en definitiva, se deshumaniza siendo engañado, explotado manipulado por una cultura de masas que atenta contra su autonomía.
En buenas cuentas, un hombre que ya no parece ser el centro del universo (antropocentrismo), en tanto un determinismo tecnológico ha estado debilitando esa posición. Porque ya todo se crea en función de la utilidad que pueda prestar tal o cual máquina; es decir, que el hombre cada día privilegia más el maquinismo ante que el humanismo, y esto se está tornando muy grave para la humanidad actual.
Desde el surgimiento de la sociedad de masas, ha ido aumentando el temor que la deshumanización del hombre se acreciente a límites insospechados. Porque las noticias nos informan cada día de trabajos abismantes que se están dando en toda clase de laboratorios
Así, no solamente se trata de grandes máquinas (grúas, excavadoras, etc.) que han reemplazado el trabajo físico de los hombres, sino que de robots con figura humana que se encuentran preparados para realizar los trabajos más refinados e inimaginables.
Del mismo modo se han estado creando sofisticadas máquinas que funcionan mucho más rápidamente y con mayor exactitud que el cerebro humano. En buenos términos, cada vez hay una mayor tendencia a reemplazar el pensamiento humano por el de las máquinas, en el sentido de que el cerebro humano ya no se encuentra disponible para pensar ciertas operaciones que le eran propias, porque ese campo ha sido ocupado ahora por computadoras que pueden realizar operaciones más complejas y numerosas que el cerebro humano.
Pero no sólo se trata de máquinas o computadoras, se trata también de que los laboratorios están manipulando el genoma humano, es decir, revivir aquella vieja leyenda del Golem en búsqueda del hombre perfecto, pero ya no como un acto de creación de la naturaleza, sino una creación artificial del hombre, ahora en probetas. Incluso, ya la ciencia nos ha estado asombrando con los métodos y procesos de la clonación, que aunque sus resultados positivos se han experimentado sólo en animales, quedará siempre latente el peligro que los mismos se experimenten también en los seres humanos.
De este modo, en la sociedad de masas las relaciones entre los individuos son entendidas de acuerdo con categorías técnicas y reducidas a algo meramente funcional que impiden una auténtica comunidad. Porque se debe entender que el desarrollo de las nuevas tecnologías apuntan hacia una mayor individualización y aislamiento, tanto en el mundo del trabajo como en el de la enseñanza y hasta en el mismo ocio.
En este cuadro, que tan poco tiene que ver con lo humano, si cada vez más la sociedad de masas se está llenando de hombres técnicos antes que humanos, cabe preguntarse… ¿Qué sentido tendrá la Declaración de los derechos humanos en un futuro poblado por seres que han perdido o, a lo menos, debilitado su condición específicamente humana?
Porque, si bien la ciencia y la técnica nos proporcionan adelantos fabulosos, que van desde alunizar en la luna y adentramos en el cosmos, hasta penetrar el mundo infinitesimal de la materia con el auxilio de sofisticados microscopios y nos aligera la carga de nuestros trabajos y quehaceres hasta en el mundo de lo más doméstico, la mayor dependencia del hombre respecto de la ciencia y la tecnología nos pone, a la vez, como extraña paradoja, ante un futuro plagado de incertidumbres para los propósitos mismos de la humanidad del hombre y, con ello, lo que le es consustancial e intrínseco a la esencia de su propia naturaleza.
Notas:
Fuente:  Hernán Montecinos

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